lunes, 22 de noviembre de 2010

Perdidos en Tokio

Hace mucho que no veía esta gran película, probablemente hace dos años o más. Se trata de la segunda película de Sofía Copolla y su película más premiada hasta el momento. ¿La razón? Una historia que uno puede sentir, donde los personajes no se dicen nada pero hay mucho en sus palabras, una historia que comunica sentimientos y habla emociones. Ayer, la pasaron en televisión por cable y no llegué a tiempo a la cita que teníamos planeada el domingo por la noche, debido a que calculé mal el tiempo mientras disfrutaba conversando con un amigo por mi msn. Recordé que gracias a no haber devuelto esta película cuyo estuche aún se posa en mi televisor sobre otros tantos dvds, que podíamos encontrarnos (película y yo) al día sgt por la mñna. Y así fue.


Pienso que el amor no difiere mucho de una amistad, tal vez sea como un próximo nivel en el que se sigue siendo amigos, y si es amor de verdad, se lo seguirá siendo. Si somos amigos de verdad entonces nos seguiremos amando y viceversa. No es necesario perderse en otra ciudad para saber o sentir que somos los dos únicos en una cultura ajena que hablamos el mismo lenguaje. No es necesario decir te amo para que el otro lo sepa, amar es un lenguaje que todos entendemos y que no necesita decirse al oído. Es suficiente con sentirse bien al lado del otro, porque de esa manera sabes que no eres sólo tú.


Argumento:


Scarlett Johansson interpreta a Charlotte, parte integrante de un joven matrimonio que se encuentra en Tokio por un trabajo de fotografía de su pareja. Desde el plano inicial de la película se puede notar esa soledad perenne en ella y la constante ausencia del esposo por su agitada vida laboral. En el mismo hotel se encuentra el actor estadounidense Bob Harris, interpretado por el mimético y carismático Bill Murray, a manera de alterego. Bob es también integrante de un matrimonio de muchos años, pero que ha llegado a convertirse en rutina para Bob. En esas circunstancias y en ese lugar donde ellos dos pueden hablar no sólo el mismo idioma, sino un mismo lenguaje, es donde nace una rápida pero profunda conexión.

Ellos representan la pareja que debió ser, pero que por jugadas de la vida, no puede ser. Toda la cinta nos logra transmitir la sensación exacta que la hija de Francis F. Copolla experimentó al pasar sus vacaciones en Tokio en ese mismo hotel, con su entonces esposo el también director Spike Jonze, que gracias a su ausencia y a su agitada vida laboral terminó en divorcio. Anna Faris interpretaría a una Cameron Díaz, con la que Sofía también cortó relaciones, siendo así la película una especie de catarsis para su directora.

Los personajes, perdidos en una ciudad totalmente extraña para ellos, que hablan un idioma que ellos no manejan, logran vincularse a perfección con el público espectador, porque a pesar de no haber vivido la historia de Sofia frente a nuestros ojos, logramos contentarnos con el final, en el cual no está claro que sucede después, y es así como nosotros somos quienes le damos el final feliz a esta historia.


No hay comentarios:

Publicar un comentario